Hola amigos!
¿Cómo estáis? Deseo que os encontréis bien, dentro de los altibajos que las
circunstancias de estos tiempos nos traen y que afectan a veces al día a día de
cualquier persona, cualquiera como yo que también he tenido que atender a
ciertas emergencias que han demandado de mí tiempo y energía
considerables y que no me han permitido seguir mis planes tal y como los había
trazado, incluyendo mi humilde contribución en este blog de música y emociones,
que intento ofrecer al menos una vez al mes y que en estos últimos meses ha
sido tan irregular como la montaña rusa existencial que todos hemos
tenido que arrostrar desde que, prácticamente hace un año, empezaron a saltar
las alarmas de lo que se nos venía encima con el brote -epidemia- pandemia de
esta especie de plaga maldita en la que se ha convertido el coronavirus
Covid-19 con sus distintas cepas y mutaciones...
Ante estas
dificultades cada uno hacemos lo que creemos que podemos hacer, en general...
porque a veces la implicación de algunos es nula o inexistente. A pesar de las
decepciones y de mis momentos de rebeldía e indignación, al final siempre he
llegado a la conclusión de que la energía más poderosa de este mundo es el amor
que ponemos en lo que hacemos y quiero seguir pensando así... porque ese amor
que otros pueden llamar devoción, entrega, vocación, empatía, estima o respeto
es una cualidad humana que impregna de belleza los jardines, las pinturas,
esculturas, edificios, poesías, canciones, recetas culinarias, métodos de
enseñanza o cualquier otra cosa que queramos hacer con cierto grado de maestría
y cuidado... sin cariño, lo que realizamos pierde sabor y luz, pierde sentido,
porque somos personas cuyas acciones acaban dejando huella en la vida de otras
personas iguales en dignidad a nosotros, iguales también en fragilidad, algo
que recordamos especialmente cuando tienen lugar catástrofes o grandes males comunes...
Todos venimos al mundo de la misma manera y todos nos iremos igual...
Somos
seres gregarios que salimos adelante en grupo como sociedad... o directamente
no salimos. Nuestras acciones pueden ejercer un efecto muy positivo en otras
personas y otros seres, pero también, llegados al extremo de la estupidez, de
la intolerancia, de la desidia, de la corrupción o directamente de las ganas de
hacer daño a otros, podemos ser la causa de nuestra propia ruina y de la caída
de nuestra civilización. Sin valores y sin ideales, sin ese amor a la
humanidad, se pueden llegar a cometer verdaderas barbaridades, cuando nos
olvidamos de que todos los seres humanos, piensen lo que piensen, crean en lo
que crean, vengan de donde vengan, posean lo que posean o tengan la edad que
tengan... son personas como nosotros, valen tanto como nosotros y no son bichos
que aplastar, ni paja que quemar, ni basura que tirar, ni trastos que
desguazar, ni dianas contra las que disparar.
Hablar de valores e ideales ¿es poco importante? Yo creo que todos
necesitamos de un tiempo para darnos cuenta de lo importante que es saber qué
es lo que guardamos dentro y de saber qué queremos hacer con nuestras
decisiones, pues corregirse a tiempo es algo necesario para mejorar la calidad
de nuestras vidas, ya que tanto el ambiente como nuestros hábitos negativos
podrían llevarnos en último término a perder el norte y a descentrarnos de lo
realmente importante en nuestra vida. Quien piense que la ética no es algo
prioritario para una vida HUMANA, debería dejar aparcada cualquier carrera
profesional relacionada con la política, con la enseñanza, con la medicina, con
la religión, en definitiva con cualquier tarea que pueda suponer cuidar de los
otros. Al menos hasta caer en la cuenta de que tener resueltos o en vías de
solución nuestros "temas pendientes" es fundamental para poder
ofrecer la mejor versión de nosotros mismos a un mundo que a veces nos pide,
más que limosna, un verdadero regalo de aquello que quizá no nos sobra en
momentos en los que dar esa paz y ese amor cuando escasea afuera se convierte
en una tarea complicada, que requiere de mucho corazón y también de cierta
estrategia y formación, tarea que también requiere de cuidar al que cuida...
¿Te acuerdas de los aplausos a las 8...?
En este
mundo y en este país, sin ir más lejos, hay muchos que en su día iniciaron sus
estudios y proyectos profesionales con la ilusión y las ganas de ofrecer lo
mejor de sí, pero que se encuentran con que faltan medios y recursos para dar
una atención de calidad; esto puede llegar a ser muy duro cuando las
responsabilidades de unos y de otros afectan al bienestar psicológico y físico
de una persona o colectivo de personas, más concretamente, cuando la escasez de
personal o de material puede repercutir en la salud y en la vida de otros. Toda
mi solidaridad con todos los servidores públicos esenciales que se han visto y
aún hoy se ven cercados por el peligro del contagio, por el miedo a contagiar a
sus seres queridos, por la precariedad y la falta de medios materiales y
personales... Mucho ánimo a los médicos, enfermeros y demás personal sanitario,
ánimo a profesores y maestros, ánimo a los trabajadores de las residencias de
mayores, personas con discapacidad, personas sin hogar, policía, bomberos,
personal de mantenimiento y limpieza de nuestras calles, parques y jardines,
transportistas, repartidores, suministradores y vendedores de productos y
servicios básicos, etc... Ojalá la sociedad siempre sepa valorar las
dificultades a las que os enfrentáis cada día.
¿Sería mucho
pedir que los que tienen responsabilidades a la hora de suplir de medios para
prevenir y para corregir los problemas que nos afectan a todos, pudieran
recuperar la ilusión por dar un servicio público, poner los pies en el suelo e
interesarse por apoyar y ayudar a crecer el talento de nuestra sociedad:
médicos, profesores, investigadores científicos, educadores sociales,
cooperantes, artistas, etc...? ¿Es muy ingenuo pretender que los más altos
servidores públicos nos vuelvan a motivar, y de alguna forma, nos vuelvan a
inspirar y a enamorar?
Pero a veces
no parece ser suficiente pedir... los poderosos cobran a precio de oro la luz y
el gas con el que las personas se tienen que calentar justo cuando más frío
hace, las grandes compañías farmacéuticas suscitan dudas y sospechas a la hora
de honrar el compromiso del reparto de las vacunas incluso entre los países más
desarrollados y los políticos... ¡¡ay los políticos que aprovechan cada segundo
para hacer postureo y ponerse medallitas, autoproclamarse superiores mientras
desprecian al resto y se declaran incompetentes para trabajar en equipo hasta
por asuntos en los que nos va la vida...!! A veces queremos tener la esperanza
de que esta vez sí, que cumplirán sus promesas, que bajarán a la arena y se
mojarán... pero justo en el último momento saltan el charco y siempre se nos
queda cara de bobos sin serlo, porque una vez más nos hemos quedado sin la
solución definitiva cuando creíamos estar más cerca de lograrlo; esa
débil seguridad se nos cae a los pies y estamos a punto de derrumbarnos... o
casi... 😞
Casi
nunca dejo entrever en redes sociales donde vivo exactamente, ni qué estoy
haciendo en el momento preciso de publicar... ni pretendo significarme haciendo
un discurso ideológico o político... hoy por hoy, ese no es mi punto ni mi
papel en la vida. Yo suelo preferir ser una pequeña llama antes que un incendio
o una leve brisa antes que un huracán. Vaya por delante que no pretendo meterme
con nadie... a menos que la situación clame al cielo. Si apelo al poder de la
palabra en este día es porque existen en este mundo personas que por desgracia
no tienen apenas voz para hacerse visibles. Más cerca de lo que pensamos. Quizá
en el mismo corazón de este país, aquí en Madrid, en la capital de
España. Se ha hablado bastante, no sé si lo suficiente, sobre la
discriminación y el maltrato por diferencia de raza o de religión, acerca
del desamparo que el año pasado sufrieron los mayores en las residencias, con
quien me solidarizo completamente, y también de la pobreza y de la falta de
accesibilidad a las vacunas en el Tercer Mundo. Lamentablemente, mirando un
poco más cerca, podemos ver además que todavía aquí y en estos tiempos de
enfermedad pandémica, existen colegios donde aún no hay enfermeros... eso si
hablamos de nuestros niños. Si eso hacemos con los que serán el futuro,
¿qué no haremos con los que muchos ya han dado por perdidos, los desahuciados
de la sociedad, las personas sin hogar?
Para los
usuarios de los centros de acogida para personas sin hogar y sus cuidadores
afrontar una crisis sanitaria confiando en la protección de un estado al que se
presupone garante de una serie de derechos y de los medios para hacerlos
efectivos según la Constitución suena muy bonito... casi, casi como a
música en nuestros oídos...
Pero la
realidad es que, si bien en un principio se intentó dotar de refuerzos de
recursos personales y materiales a este tipo centros, los contratos expiraban,
las desinfecciones preventivas se dejaban de efectuar y así las cosas el final
del verano llegó, a la par que terminaban los primeros contratos de
personal de refuerzo... coincidiendo, con brotes afectando a usuarios y a
profesionales infectados entre agosto y septiembre del 2020, con el hotel
medicalizado para personas sin hogar cerrado durante semanas hasta poder tratar
y aislar debidamente a los usuarios de albergues que no cuentan con
habitaciones ni duchas individuales, por lo que es imposible evitar que
los contagios se extiendan al resto de residentes que, meses más tarde desde la
contención del primer brote, aumentaron en número bruscamente con la llegada de
la borrasca Filomena, que ayudó a disminuir la distancia y a aumentar el riesgo
de contagio. El segundo brote estaba más que cantado y a mediados de
enero del presente año 2021, el coronavirus, que no entiende de política, ni de
falta de previsión ni de borrascas heladoras, quiso volver a estos albergues
para ser un huésped más y sin mucha prisa por marcharse hasta la fecha
presente...
Como es
evidente, las medidas que estaban justificadas en marzo del pasado año por la
pandemia, siguen estándolo ahora porque el coronavirus que motivó su puesta en
marcha sigue entre nosotros, pero, aunque, después de muchos días y muchos más
contagios, algunos de los usuarios con casos positivos han podido ser
trasladados a un pequeño hostal, el hotel medicalizado requerido vuelve a no
estar disponible, en un momento del año cuya llegada todos temíamos y justo
cuando se oye hablar de nuevas y más contagiosas cepas, como la británica.
Cuando cualquiera de nosotros tenemos síntomas leves ya supone una situación
bastante comprometida pasar el covid en casa, sobre todo cuando vivimos con
otras personas y sobre todo si estas son de alto riesgo por su edad o patologías
previas. Las personas sin hogar de estos albergues, donde viven un número
considerable de usuarios, requieren de una supervisión especial y el
dispositivo para que pasen el covid cuando se trata de síntomas leves implica
la labor de profesionales que puedan atender sus necesidades de apoyo para
adaptarse. Todo esto también suena a sentido común, casi no hace falta ni
recordarlo, como los bellos artículos de nuestra Constitución de 1978,
entre los que vienen a mi memoria los que hablan de derechos como los de igualdad,
de petición, de salud, bienestar de la tercera edad, o de la tutela de
los derechos mencionados por parte de los poderes públicos y del
compromiso del Estado para hacerlos efectivos (Art. 9.2,
Art 14., Art. 29, Art. 43, Art. 50,
Art. 53, Art 54, etc...) y no dejar en el terreno de la
ficción o de los cuentos de hadas asuntos que se supone rigen la forma de
funcionar de todo un país civilizado y defensor de los Derechos Humanos.
Dicho
esto... cuando la historia se vuelve a repetir y después de haber pasado ya por
un primer brote, yo no me dejo de preguntar ¿por qué si todos somos iguales
ante la ley no se dispone del dispositivo medicalizado para personas sin hogar
listo a tiempo para contener el segundo brote mientras hay presidentes o
presidentas autonómicas que se pueden permitir ir hasta a uno de lujo? ¿Dónde
está el espacio de los grandes hospitales de campaña o el gran espacio de los
hospitales de nueva creación para las personas con síntomas leves de
coronavirus que no tienen hogar para aislarse o que conviven en una habitación
o albergue con muchas más personas, al igual que tantos mayores de residencias
no medicalizadas ni medicalizables ? ¿Por qué, si el virus no se ha erradicado,
meses después, la Administración, en vez de prevenir, solo vuelve a
desinfectar cuando surge otro brote igual que el que reza a Santa Bárbara
cuando truena? ¿Por qué aún no hay suficientes enfermeros y refuerzo de médicos
en los hospitales, residencias de mayores y, en este caso concreto, en los
recursos para personas sin hogar si la pandemia no ha terminado, para poder
hacer algo tan común en cualquier institución de servicio público como tomar la
temperatura diaria a todos o sustituir de forma suficiente a los profesionales
contagiados para poder seguir dando con estabilidad una atención de calidad,
hacer tests de antígenos y PCR en el momento preciso, etc...? Ya se sabe que
más vale prevenir que curar, pero como dicen en mi pueblo siempre
ha habido ricos y pobres, igual... igual... no somos tan iguales a los ojos de
los que tienen que salvaguardar los derechos de estas personas sin hogar que,
lejos de sentirse en igualdad de condiciones, se han vuelto invisibles para
casi todos.
¿En
qué momento pensaron nuestros dirigentes que la pandemia había acabado para
dejar de actuar de forma decidida y decisiva? ¿En qué momento han podido llegar
a la conclusión de que con ir a hacerse una foto en navidad es suficiente para
conocer la realidad de las personas sin hogar? ¿En qué momento cargos públicos
con competencias en materia de servicios sociales se han aislado hasta tal
punto de la realidad del ciudadano de a pie que no perciben lo que está pasando
en los dispositivos de la red de atención a personas sin hogar? No sé en qué
momento puede una persona olvidarse de su verdadera vocación de servicio, quizá
los asesores, el acomodamiento, el sueldo... en definitiva, el poder,
anestesian de una forma misteriosa a las personas cuyas decisiones pueden hacer
un gran bien a tiempo pero que lamentablemente casi siempre llegan tarde... si
es que llegan... y si lo hacen suele ser con la situación desbordada y
ante la presión de la prensa, de las redes sociales, o de reclamaciones que
apunten un poco más allá para mostrar a la luz su escaso interés y compromiso
con los derechos fundamentales de estas personas, uno de ellos la igualdad a la
hora de acceder a la salud como todos en teoría deberíamos poder
hacer.
Mientras la
esperada solución termina de llegar... como ya se puede ver en algunas notas de
prensa, se están dando condiciones penosas y peligrosas en los centros de
acogida de la red de atención a personas sin hogar de Madrid. La situación es
tensa y arriesgada en todos los sentidos de esta palaba y a los usuarios no se
les puede pedir más, ni a sus cuidadores tampoco. Es frustrante para los
trabajadores no poder dar un servicio de calidad... Llegados a este punto, lo
que resta por hacer es visibilizar lo que se ha vuelto invisible, reclamando de
todas las formas posibles... desde la preocupación, el respeto, la vocación, la
devoción y la estima, con el deseo sincero de que se produzca una
necesaria reflexión que permita prevenir o al menos contener más eficientemente
posibles futuros brotes en estos centros y en cualquier otra institución donde
se trabaje con personas. Quiero seguir pensando, en este mes en el que tanto se
hablará de amor, que la estima y el respeto, el coraje, la defensa y el apoyo
que ofrecemos cada día a nuestros compañeros de trabajo y a las personas para
las que trabajamos será el que traiga el remedio al clamor de un pueblo en el
que malviven ancianos, personas sin hogar, personas bajo la amenaza de la
pobreza cultural, económica y energética, pacientes con cáncer y otras
enfermedades que no pueden ser bien atendidos a tiempo por un un sistema de
sanidad flaco y extenuado y cualquiera que pueda ser vulnerable ante las
amenazas de un mundo que se olvida del significado de la palabra dignidad .
¿Será eso posible?
Gracias por
la paciencia y comprensión, sé que últimamente no os he dedicado el tiempo que
me habría gustado y que la distancia y la tensión de la pandemia pueden hacerme
parecer más serio o más distante, sobre todo por el miedo a ser portador de
este enemigo invisible y por el temor a contagiar a las personas con las
que y para las que trabajo, y por supuesto también a mis amigos y a mis
seres queridos a los que tanto echo de menos y a los que intento alejar de un
peligro que no escapa ya a los ojos de casi nadie...
Y a ti que
echas en falta que quede contigo, que te salude más cariñosamente, que nos
veamos más a menudo, espero que entiendas que mi forma de mostrarte mi cariño y
mi respeto es manteniendo la distancia hasta que haya más garantías de salud
pública para todos en todas partes. No tengo abrazos para darte, no tengo
sonrisa que puedas ver tras la mascarilla, pero todavía me queda la palabra
para decirte que TE QUIERO, y que esta es mi forma de protegerte.
También como
artista puedo enviarte mis mejores deseos a través de letras de canciones como
esta, que compuse hace tiempo para levantar el ánimo de alguien que atravesaba
un momento complicado. Confío en que algún día podamos cantarla juntos para
celebrar de nuevo la vida.
Se despide
ya, con todo cariño, uno que... a ratos se dedica la música, a veces
cuida de las plantas, a ratos cuida de las personas... pero siempre y sobre
todo, alguien que es humano como tú y humano como todos.
Evaristo ÐGabriel;