Hooolaa!
¿Cómo estás? ¿Todo bien, amig@? Deseo que así sea, que la salud te esté
acompañando y que no te falte el ánimo ni tampoco la tranquilidad, pues en
general todos somos en el fondo gente de paz, ¿no es así? O quizá no siempre lo
tengamos tan claro...
En la vida
se dan circunstancias que parecen requerir de nosotros ciertas dosis de lucha y
de espíritu combativo. La cuestión es... ¿por qué y para qué luchas tú?
J.R.R. Tolkien, el autor en cuya obra se basan las
sagas de películas de El Hobbit y El Señor de Los Anillos, fue un hombre que
vivió durante las dos grandes guerras mundiales, participando militarmente en
la primera de ellas y todo esto supone una influencia que se refleja en
sus libros de ficción y fantasía, los cuales contienen muchos paralelismos y
símbolos que tratan sobre temas relacionados con el medioambiente, la ética y
por supuesto los conflictos bélicos, algo que se desprende de frases memorables
de sus personajes, como una del sabio mago Gandalf cuando, en la película
"Un viaje inesperado", al entregarle a Bilbo una pequeña espada
élfica, le habla sobre el verdadero coraje, que en las palabras pronunciadas
por este personaje tiene que ver no tanto con " saber cuándo
quitar una vida, sino saber cuándo perdonarla". Gandalf también
intenta mediar poco antes de la Batalla de los cinco ejércitos, también dentro
de la historia de El Hobbit, para que Elfos, Enanos y Hombres sepan conjurar el
peligro de un enemigo común que está a punto de amenazarles con un combate tan
inesperado como letal. Ya en el Señor de los Anillos podemos ver otras frases
célebres, como el discurso de Aragorn, que trata de arengar a las tropas
de los distintos reinos libres de hombres de la Tierra Media que aún no se han
dejado doblegar por el control del señor oscuro.
Todos tenemos dentro de nosotros un empuje, coraje de
vivir o afán de supervivencia, que convive con una fuerza aparentemente menos
activa, más tierna, relacionada con la voluntad de amar y dejarse querer, de
confiar, recibir y agradecer aquello que la vida nos brinda y nos ofrece. A
veces parecen fuerzas antagonistas, sobre todo cuando nuestra mente se
desestabiliza y las ideas que ocupan nuestro pensamiento transforman nuestro
instinto de supervivencia en algo que deja de ser natural y se convierte en violencia
cuando vemos al otro con los ojos del enemigo y sobre todo cuando se nos olvida
que la "gente" son personas como nosotros, no bichos ni masa. También
nos puede pasar que convirtamos, más o menos conscientemente, nuestra supuesta
ternura en dependencia excesiva; en una excusa para manipular, dar pena o
posponer aquellas cosas que quizá desearíamos hacer pero no nos atrevemos por
considerarlo inapropiado para nosotros o fuera de nuestro alcance, pero que no
nos importaría que otros hicieran en nuestro lugar. El exceso de agresividad o
la de falta de valentía para cumplir con los retos que nos corresponde encarar
pueden ser fuente de conflictos e injusticias. ¿Qué tiene más valor: la
lucha o la esperanza, la fe o la razón, la inocencia o la madurez, la fortaleza
o la sensibilidad, lo supuestamente masculino o lo supuestamente
femenino...?
¿Por qué es importante responder a esta
pregunta? Porque si tu sensibilidad no hace las paces con tu fortaleza te
será más difícil tener la paz suficiente para no juzgar de la peor de las
maneras al que aparentemente es digno de ser considerado como "malo"
y digno de castigo y tampoco tendrás el nivel de valor necesario para
enfrentarte adecuadamente a la raíz de una opresión injusta. Si consigues
abrazar con comprensión tus momentos de fragilidad y tus momentos de ira, esta
comprensión te permitirá hacerte más fuerte con la experiencia y atemperar tu
dolor y tu rencor. Si tú estás en paz contigo y aceptas tu lado
"fuerte" y tu lado "débil" sabrás usar con mayor equilibrio
aquello de lo que la naturaleza te ha dotado y que bien usado no tiene porque
ser dañino ni para ti, ni para los demás. Aceptamos o rechazamos en otras
personas, lo que hemos aprendido a aceptar o rechazar en nosotros mismos. El
juicio que olvida al otro como ser humano, nunca puede ser un juicio justo.
Hasta que no aprendamos a ver en nuestro interior nuestra dignidad humana, será
complicado poder tratar con esta dignidad a las personas con las que hablamos o
de las que opinamos cada día. Es difícil o raro que no haya conflictos entre
padres e hijos, entre jefes y subordinados, entre hombres y mujeres, entre
ideólogos o políticos de un signo o de otro... pero la lucha y los medios que
empleamos en el combate del día a día, nos plantean si creemos que tenemos un
corazón para amar y ser amados y si estamos dispuestos a hacer las cosas importantes
unidos para bien de todos, con honor y sobre todo por amor. ¿Fácil? No lo
parece para nada ni para nadie, pero ¿vale la pena... te compensa seguir
intentándolo, aunque sea solo por hoy... que es al fin y al cabo el único
momento que posees? Solamente tú puedes responder a eso, tú decides...
Quiero darle las gracias a todas las personas que me
apoyan en lo que hago, especialmente con ocasión de los conciertos en los que tengo la ocasión de disfrutar en primera persona sobre el escenario de la bendita música, cuya patrona es Santa Cecilia, cuando he recibido
felicitaciones públicas y privadas y ánimo para seguir luchando por dar a
conocer ese lado sensible, aparentemente frágil o accesorio para algunos, que
es la música, pero tan esencial para explicar muchos
momentos en mi vida, que me han conectado conmigo y con los demás. En esa
supuesta "lucha", puedo decir que felizmente la ganadora ha sido
ella; pues la música siempre ha salido a mi encuentro, desde que tengo uso de
razón ha llenado mis días y mis noches, despierto y a veces también en sueños:
las casualidades, los encuentros con acontecimientos y personas siempre
me llevan a encontrarme con ella y ella tiene la costumbre de ponerme en
contacto con los demás. Gracias a todos por estar ahí, gracias a la música por
sacar tanto de mí, mi parte más valiente y también la más tierna... y gracias a
Dios y a la vida por permitirme tocar las emociones, viajar a mi interior y
salir fuera de mí y unir mi mente con mi corazón, mi fragilidad con mi
fortaleza, mi vida interior con mi vida social, mi lado terrenal con mi parte
espiritual, mi razón con mi intuición, mi amargura y mi dulzura... La música es
un instrumento de paz interior y exterior (ya conocerás el dicho de que la
música amansa a las fieras) y es la mejor receta para llenar de sabor
todo lo que vives. No te rindas, aunque a veces te parezca que te
encuentras ante un cierre de telón o ante un adiós sin retorno, solo el tiempo
te podrá desvelar si no estás simplemente ante al final de un capítulo
que acaba en un CONTINUARÁ... La historia sigue y el espectáculo continúa. Así
que, ya sabes... nunca dejes de cantarle a la vida...
Evaristo
ÐGabriel
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